“Sin el pueblo de México, un plebeyo como yo no habría podido aspirar a encabezar la Presidencia del Senado”, Gerardo Fernández Noroña.
En mis recientes pláticas con jóvenes militantes de Morena sobre la situación política del país, un estimable amigo me confesó que estaba encantado con la culminación de la cuarta transformación porque la revolución pacífica continuaba su rumbo.
A ciencia cierta, no me supo explicar la correlación entre la reforma al poder judicial y el aumento de justicia, ni cómo la desaparición de organismos autónomos genera un progreso democrático.
Como un tren sin frenos, tendrán la capacidad de arrollar con todo obstáculo que se les presente en el camino para instaurar lo que consideran una revolución de las conciencias.
El único descontento de mi particular amistad era el nombramiento de su ídolo, Gerardo Fernández Noroña, como presidente de la Cámara de Senadores. Por fin teníamos un punto en común sobre la interpretación de la realidad: para mi sorpresa, un morenista no quería a Noroña presidiendo la Cámara Alta.
Mi curiosidad me hizo preguntarle: “¿Por qué te opones a que tu personaje de la vida pública favorito dirija las sesiones del Senado?”. Su respuesta me pareció sensata: “Hemos perdido a un gran tribunero (sic), orador y provocador.
La investidura lo transformará”. En nuestro ameno diálogo, bromeé picarescamente: “Lo mismo le sucedió a Andrés Manuel cuando llegó a la presidencia”.
Noroña tomó protesta luego de la votación de los 128 senadores para presidir el Senado. En su discurso, agradeció a Morena y a sus aliados la oportunidad que le han brindado para continuar con el movimiento.
En su reconocida y repetitiva narrativa, hizo énfasis en el logro de que los plebeyos por fin alcanzaron puestos de función pública. Noroña se percibe como un combatiente de las minorías rapaces que conspiran en contra de México para dañar al pueblo.
Su discurso polarizante y confrontativo le hizo ganarse el reconocimiento de la opinión pública. Su interpretación dialéctica de la historia de México lo posicionó como un pensador de izquierda que, con un lenguaje coloquial, explicaba las causas de los malestares de México.
Su necesidad, sus berrinches y su aspereza le ayudaron a negociar con sus aliados convertir su condición de plebeyo en noble.
El nombramiento de Noroña puede ser desastroso, como lo intuyó mi amigo morenista, para la próxima legislatura por diversas razones: la falta de imparcialidad por su sobreideologización; su conversión a la nobleza puede generarle cambios en su comportamiento, como la aparición de delirios de grandeza en los que considere, como su líder, que él y solo él representa la voluntad general y al pueblo; su intento de adoctrinar a los opositores; y un posible trato hostil a sus rivales políticos.
Espero que el presidente del Senado cambie su discurso y su comportamiento, porque no es lo mismo ser borracho que cantinero. Su principal responsabilidad es cumplir con la institucionalidad que le otorga el cargo en el Senado y fomentar un diálogo plural con respeto, aunque la realidad es que, con su personalidad y la composición de la Cámara, lo único que necesita hacer es simular un funcionamiento digno de un verdadero Parlamento.
Noroña es elegido porque representa la radicalidad de la composición del Senado. La mayoría abrumadora solo necesita a un sobreideologizado que mantenga contentos a los fervientes creyentes del movimiento que logró convertirse en un poder hegemónico.
Le recuerdo a Noroña y a sus compañeros plebeyos que ya gobernaron por seis años y lo harán por otros seis con mayorías abrumadoras; no tienen pretextos para culpar y victimizar a otros actores políticos. Desde hace tiempo tomaron el protagonismo de la política; los errores que cometen y afectan al país son su responsabilidad. No se vale autodenominarse plebeyos cuando estarán por más de una década perteneciendo a la nobleza.
Una advertencia, querido lector: lo noto asombrado con las reformas que Morena pretende realizar. En política no hay sorpresas, hay sorprendidos.
Lo dijo Andrés Manuel hace 20 años: “al diablo con sus instituciones”. En 2018 lo reafirmaron con su concepto de cuarta transformación y en 2024 Sheinbaum prometió construir el segundo piso de ese proyecto.
Usted tiene que entender que bastantes simpatizantes de su movimiento realmente creen que están en una encrucijada revolucionaria para que el pueblo mexicano –lo que eso signifique– alcance su autonomía.
La realidad de las promesas de la supuesta transformación es otra: México cada día es más vulnerable y está desprotegido. Pero mientras se mantenga la percepción de que la revolución continúa y existan los suficientes recursos para repartir programas sociales, Morena y sus aliados se mantendrán en el poder.
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