A todo el pueblo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de Hermosillo.
¡Al portal de Belén, nadie va solo…!
Muy apreciados hermanos y hermanas:
El camino del Adviento que iniciamos juntos hace ya varias semanas culmina con la gran fiesta de la Navidad. La palabra de Dios y la eucaristía nos han venido acompañando durante el tiempo de la espera, guiando nuestros pasos y alimentando nuestra vida interior. Dios y nuestros hermanos han sido, durante estas semanas, amparo, esperanza, ayuda y consuelo; de ellas y ellos hemos estado recibiendo y compartiendo gracia, misericordia y paz. ¡Bendito Dios!
El papa Francisco nos insiste, con frecuencia, en caminar juntos, con actitud sinodal, desterrando de la mente y del corazón, el egoísmo y la indiferencia, males globalizados que están destruyendo la fraternidad que debe reinar, hoy en día, en toda la humanidad.
La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios hecho hombre, el Redentor, el Salvador del mundo. Él nace pobre entre los pobres; su nacimiento llena de luz y alegría, de paz y amor al orbe entero. Es una fiesta que tiene, sin duda, una dimensión universal y comunitaria. En efecto, la Navidad es para celebrarla todos y en comunidad, no únicamente quienes creen en Jesús, sino todas las personas, puesto que los efectos de la encarnación repercuten en todo ser humano, sin importar credo, raza o condición social.
En este sentido, contemplemos cómo, hace 2000 años, las personas, para recibir al Salvador, se congregaron en pequeños grupos y comunidades en torno a su nacimiento: José y María (cf. Lc 2,1-7), los ángeles (cf. Lc 2,9-14), los pastores (cf. Lc 2,8-20), los magos de Oriente (cf. Mt 2,1-12), los ancianos Simeón y Ana (cf. Lc 2,22-40). Nadie se acerca y adora al recién nacido de manera individual, nadie va solo al portal de Belén, siempre hay alguien más que acompaña por el camino, que sostiene en las dificultades, que dialoga en los momentos confusos, que brinda calor fraterno, que clarifica e ilumina los acontecimientos, que anima y consuela en el dolor, y que también celebra con nosotros los eventos festivos.
En estas fiestas navideñas, por consiguiente, nadie debe sentirse ni estar solo(a). Vivamos la Navidad en comunidad, en familia. Sólo así, la disfrutaremos plenamente y la celebraremos como fue en sus orígenes. Acerquémonos a las personas que están solas o que pasan por alguna situación de sufrimiento; pero también dejemos que los demás se acerquen a nosotros, tendrán, sin duda, algo que compartirnos. Que el ejemplo de Dios, que no abandonó a la humanidad caída, sino que, con la encarnación de su Hijo, se acercó a ella uniendo el cielo con la tierra, sea la mejor referencia para hacernos también nosotros cercanos a nuestros hermanos.
De esta forma, liberados del orgullo, la superficialidad, el egoísmo y la indiferencia, favoreciendo ambientes de encuentro, diálogo y escucha, podremos recibir con alegría, gozo y gratitud el nacimiento del niño Jesús, y colaborar, así, en la construcción de una sociedad más fraterna y solidaria. Así sea.
Con mis mejores deseos para todos. ¡Feliz Navidad!
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