A lo mejor porque estamos hechos de sol y por el sol es que, en general, los mexicanos extrañamos la luminosidad del día a día, la vista de nuestra sombra que nos garantiza que existimos y que vivimos y que nos movemos y que andamos por el mundo como pata de perro, en busca de un fin universal: la felicidad.
Pero también existen otros días grises, nublados, cargados de lluvia, humedad y de agobio. Sí se sabe que a muchos les gustan estos días grises, casi oscuros durante el día, acaso con un buen chipi-chipi que humedece el pensamiento y las ideas.
Y precisamente, durante los días de huracanes, lluvias tormentosas, días cerrados, que se dice, comentaba con amigos en Oaxaca lo opresivo que resultaba ver a esa ciudad de Oaxaca –siempre resplandeciente–, en modo opaco, ensimismado…
…Triste ciudad que normalmente está llena de colores y de luces y de alegría, comenzando por la mirada feliz de muchos de sus niños, de sus mujeres y sus hombres que cuando saludan miran con cordialidad… Así puesta, gris y húmeda la ciudad y el campo, los niños dejan de ser esos pequeños seres de goma que corren, gritan, juegan, comparten su felicidad: no, por estos días.
Y esto mismo me recordó lo diferente que somos los seres humanos de acuerdo con nuestro entorno vital y nuestra geografía, que hace a nuestra cultura
Durante un viaje a Rusia como parte del grupo de reporteros que acudimos a una Parlamentaria entre legisladores mexicanos y de aquel país, los organizadores nos llevaron en una camioneta a recorrer la ciudad de Moscú, en una muestra de sus cortesías. Era un día húmedo y sin sol, como es costumbre por allá.
En un punto pasamos por una escuela de niños de primaria. Ahí en un jardín estaba un grupo de pequeños que podrían ser de primer grado. El guía nos invitó a bajar y nos presentó con ellos: “Miren niños, estos señores vienen a visitarnos; vienen de un país muy lejano que se llama México; es un país en donde todos los días del año hay sol…” – “¿Sol? –preguntaron a coro– ¿Todos los días hay sol?… ¡Qué feo!”
Y sí, en general todos los días hay sol en México. Claro, dependiendo de sus regiones, de sus lugares, de sus espacios, de la geografía. Pero si, en general tenemos la maravilla de la luz.
Y sin embargo de tiempo en tiempo tenemos esos días grises, nublados, húmedos, llorosos, de agobio, de tristeza, de mirar no tan lejos.
Son días en los que salimos a trabajar con la responsabilidad que exige el hecho, pero en los que preferiríamos quedarnos en casa, como estatua de marfil, quietecitos, pensativos, mirando hacia nuestra propia conciencia y hacia nuestros más profundos pensamientos vitales, vestidos con nuestros trapitos calientes, nuestros chalequitos del abuelito mandarín, nuestro gorrito de lana y una buena taza de chocolate de Oaxaca.
En todo caso los sabios de la naturaleza humana dicen que sí existe un trastorno afectivo estacional durante esos otros días. Y dicen que algunos factores identificados son que:
La reducción de los niveles de luz solar en otoño e invierno puede provocar la aparición del trastorno afectivo estacional. Esta disminución puede alterar el reloj interno del cuerpo y provocar una sensación de depresión.
Una caída de los niveles de serotonina, una sustancia química cerebral que afecta el estado de ánimo, podría intervenir en el trastorno afectivo estacional. La reducción de la luz solar puede provocar una caída en los niveles de serotonina y esto, a su vez, puede provocar depresión.
El cambio de estación puede alterar el equilibrio de los niveles de melatonina del cuerpo, una sustancia que interviene en los patrones de sueño y en el estado de ánimo.
Niveles bajos de vitamina D. Cuando la piel se expone a la luz del sol, se produce una cantidad de vitamina D. La vitamina D puede ayudar a potenciar los efectos de la serotonina.
Pero nada, que también habría que sacar raja de esos días grises-opacos-sin luz: “Los días lluviosos y nublados pueden llevar a episodios de tristeza y depresión, pero no tienen por qué ser la norma. Si bien es natural sentir que estos días nos bajan el ánimo, con el enfoque adecuado, podemos contrarrestar la influencia negativa y ver la belleza en el día.”
“¿Pero cómo le explico a mi corazón?” Porque ahí están esos días en los que al paso de uno se ve a otros ateridos, envueltos, cubiertos por protectores de la lluvia si la hubiera. Son seres silenciosos, acaso melancólicos, tristes, callados.
Esto lo percibió bien Miguel de Unamuno en su clásico de 1907 “Niebla”; una niebla que él asocia a confusión, malestar, tristeza, soledad, burla, humillación y dudas sobre la existencia, un punto en el que el amor, el dolor y la desilusión parecen tomar vida en la vida del personaje que, en contraposición, adquiere así conciencia de sí mismo.
Y empiezan sus cavilaciones, desasosiegos y reflexiones de la existencia; él, ensimismado, apenas se comunica con el exterior: “Esta mi vida mansa, rutinaria, humilde, es una oda pindárica tejida con las mil pequeñeces de lo cotidiano. (…) Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa.”
Hay opresión, dolor y soledad en el relato de Antón P. Chéjov: “La tristeza”. Es uno de sus mejores cuentos:
Relata la historia de Yona, un viejo cochero cuyo hijo ha muerto. Agobiado por la tristeza, intenta desesperada e infructuosamente hablar con las personas que va conociendo en el camino, para encontrar en ellas desahogo. Sin embargo, nadie está dispuesto a escucharlo.
El cuento comienza describiendo el ambiente en el que se encuentra el personaje: Es una calle solitaria, húmeda, helada; está nublado, hay bruma, soledad y aislamiento, a pesar de que parece que hay gente caminando cerca.
Esta atmósfera refleja la soledad del protagonista, que lleva a distintos pasajeros y quienes no le quieren escuchar. Al final, Yona, luego de infructuosos intentos queda solo con su caballo, al que acaricia y al que relata su enorme tristeza, es el único que lo escucha atento y silencioso.
En “Doctor Zhivago”, de Boris Pasternak por el que ganó el Premio Nobel en 1958 pero al que el régimen soviético obligó a rechazar, relata una larga historia de contenido social, político y, sobre todo una historia de amor fallido.
“Llegó el invierno tal como se esperaba. Fue menos espantoso que los dos inviernos que vinieron después, pero resultó de la misma especie, oscuro, de hambre, nublado a más no poder y frío, quebrantando toda costumbre, rehaciendo todos los fundamentos de la existencia y obligando a los hombres a toda clase de esfuerzos sobrehumanos para sujetarse a una vida que se escapaba.”
Por supuesto que la música popular es pródiga en reflexiones sobre la nostalgia y los días nublados, grises y sin chiste… Joan Sebastian en una de sus canciones dice: “El cielo gris siempre me pone el corazón… sentimental”.
Y qué tal los Creedence con su rola: “¿Has visto caer la lluvia?” que en su letra reflexiona sobre mantener la calma en momentos de tristeza, obscuridad y tempestad… Y Manzanero inolvidable con “Esta tarde vi llover… vi gente correr, y no estabas tú” y tanto más.
En el cine también se expresa ese tono de misterio y desasosiego en múltiples películas. En las mexicanas, por ejemplo, están las producciones de Abel Salazar sobre “El Vampiro” (1957, dirigida por Fernando Méndez) y “El ataúd del vampiro” (1958, Ídem) en las que esa bruma densa y sórdida permiten la presencia de aquel ser que quiere la eternidad pero que su pago por ella es la soledad, el silencio, la obscuridad y el terror a la luz del día, con el mejor ‘mampiro’ de todos: Germán Robles.
Pero nada, nada de terror, nada de nostalgias o tristezas; lejos de agobios y quebrantos; nada. Ya está dicho: mañana “The sun also rises” (‘Mañana el sol saldrá de nuevo’) repite Ernest Hemingway. Mañana volverá la alegría, la luz, el color y la carcajada “¡Del verano, roja y fría carcajada, rebanada de sandía!”.
Y todo volverá a ser como siempre y entonces se justificará el dicho aquel del cura Navarrete quien al conocer Oaxaca, durante la catequización, escribió a sus superiores en España: “Aquí hay una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos”.
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